Pancracio Celdrán: "La importancia del apodo es tal que supera en el uso a los apellidos"

20-10-2015
El profesor y periodista Pancracio Celdrán
Patricia Ansótegui

El profesor y periodista Pancracio CeldránEl profesor y periodista Pancracio CeldránDe voz y verbo inconfundible, el profesor, erudito y periodista, Pancracio Celdrán (Murcia, 1942) lleva años ilustrándonos sobre lengua, literatura, historia, antropología, tradiciones, ¡insultos!... y todo ello a través de sus numerosos artículos, de sus intervenciones radiofónicas o de sus más de quince libros publicados. Metidos de lleno en el concurso "Y tú, ¿de quién eres?" con el que buscamos el mejor "apodo" del Camino del Cid compartimos unos minutos con el autor de Diccionario de topónimos españoles y sus gentilicios, Pancracio Celdrán.

 
- Si hablamos de apodos, ¿hasta qué punto cree que éstos nos pueden dar pistas sobre los vecinos de una determinada localidad?
"Cada villa, su maravilla"; cada lugar, su modo de arar", dice el refrán en alusión a que en cada sitio hay su costumbre y tienen su forma de ser y hacer. Los apodos lo reflejan a menudo: "barrilero, azacán, triguero, burrero, cantarero", son alusiones antroponímicas que dan noticia del menester principal o predominante del lugar. Cada pueblo tiene algo peculiar. A los de Almodóvar del Pinar motejan de pinocheros y resineros por ser oficio antaño típico en el pueblo, y actividad económica de la que vivían sus gentes. No obstante su riqueza se decía: "Almodóvar del Pinar: mucho lujo y poco pan" referido al carácter orgulloso de sus habitantes, según los de los pueblos aledaños. Que a los de Hiendelaencina los motejen de mineros no es sino aludir a las antiquísimas minas de plata que allí hubo ya en tiempos de los romanos, y que fue la fuente de riqueza del lugar.

- ¿Por qué son tan importantes y por qué existen tantos apodos?
Vivir en un pueblo implica la necesidad de conocerse y relacionarse con los vecinos, a diferencia de la anonimia que impera en la ciudad. Los apodos son elementos de familiaridad y cercanía, estrechan lazos y llegan a formar parte del patrimonio etnográfico. En buena medida son necesarios, ya que en los pueblos suele darse cierta endogamia y son numerosos los individuos que comparten nombre y apellido, por lo cual el apodo concreta la naturaleza de la persona y llega a convertirse en elemento señalador importante hasta el punto de convertirse en referencia de clan, de ahí su importancia. García o Martínez no dice nada, pero el apodo lo dice todo. Y no es cosa de hoy. De hecho los apodos dieron lugar a los apellidos a finales de la edad media, así como los gentilicios: la gente se llamaba zapatero, herrero, pastor, pescador, carnicero, etc. referido a la ocupación que tenían o habían tenido sus abuelos; de la misma manara aparecieron apellidos como Valenciano, Toledano, Sevillano, Murciano, Aragonés, Vizcaíno, etc. debido a la procedencia de las personas. Otro tanto cabe decir de los apellidos de localización, como De la Calle, De la fuente, De la cuesta, Del monte. Primero fueron los apodos y luego los apellidos, En el siglo XVI era frecuente poner junto al apelativo una referencia sobre la procedencia o lugar donde se vive, e incluso del sitio, calle o plaza donde se reside. Asimismo dieron juego los trabajos y oficios; los defectos físicos o psíquicos. También los insultos tuvieron que ver en este mundo. No todos aceptan el apodo o el mote, considerándolo un insulto: si el abuelo fue muy bajito y le llamaron patascortas, el nieto puede ser un mocetón de dos metros.
 
- El apodo y el mote ¿tienen que ver con el gentilicio?
No necesariamente. Existe un sistema propio en cada lengua para la formación de estos adjetivos alusivos al origen familiar, al linaje y procedencia de la persona. Es herencia y práctica latina que el castellano utiliza derivando sufijos o morfemas propios, siendo los más frecuentes:
 
-anus, el sufijo más usual en las lenguas romances, agregado a términos acabados en vocal: valenciano.
-ensis, sufijo latino que dio -ense: castellonense; la forma -es es variante de la misma: leonés. Es forma muy utilizada.
-atus, sufijo latino que dio -ato: vallesato, en alusión a los naturales del Valle de los Pedroches.
-ineus: -eño, una de las terminaciones de gentilicio más comunes en España: guadalajareño, motrileño.
-arius: -ero, muy común en Canarias y Levante.
-iego, sufijo de origen ibérico: cabraliego.
-inus, sufijo latino que en castellano da -ino.
-osus, que en castellano da -oso.


"García o Martínez no dice mucho, pero el apodo lo dice todo"

- Tras poner en marcha esta iniciativa nos hemos dado cuenta de que, por lo general, los apodos encierran anécdotas o sucesos importantes vinculados con la historia de la localidad. Muchos de ellos también están relacionados con los oficios o la actividad económica del pueblo. Por lo tanto, aunque la raíz del apodo pueda ser de lo más variopinta ¿hay algún aspecto común en su origen?
Apodos y motes comparten variedad y riqueza. Su importancia es tal que supera en el uso a los apellidos. García o Martínez no dice mucho, pero el apodo lo dice todo, y ello es así hasta el punto de que en muchos lugares la gente desconoce el apellido de sus vecinos, a los que se dirige siempre mediante el apodo personal o el mote familiar. Ejemplo de ello es la excelente serie televisiva "Cuéntame" donde el protagonista es un "Parriba", y la protagonista es "la Seca". Y no es cosa de hoy. En el siglo XVI solía ponerse junto al apelativo una referencia sobre la procedencia del individuo, o sobre el lugar donde se vive, concretándose calle o plaza y a veces la casa misma. También dieron juego los defectos físicos y psíquicos. También los insultos tuvieron que ver con este mundo.

- ¿Qué es más habitual, que el apodo surja entre los propios vecinos del pueblo, o que lo pongan los del pueblo de al lado?
Se dan ambas posibilidades. Por lo general cuando procede del mismo pueblo el apodo hace honor a personas concretas; cuando procede de pueblos vecinos, el apodo se convierte en genérico y tilda de una cosa u otra al conjunto de los vecinos del lugar. Por lo general en ambos casos se ahonda en lo negativo, se busca hacer sangre, molestar, denigrar. La enemistad -a menudo ficticia o retórica- entre los pueblos vecinos dura hasta nuestros días. Los celos y recelos, los complejos y las ideas exageradas acerca de unos en detrimento de otros, es una constante histórica en los pueblos peninsulares. El número de ejemplos es infinito: véase mi diccionario de topónimos españoles con sus gentilicios, publicado por Espasa-Calpe. De esta obra extraigo la siguiente copla popular:

No compres mula en Segovia
ni paño en Fuentepelayo,
ni mujer en Escalona
ni amigos en Cantimpalos:
la mula te saldrá falsa;
el paño te saldrá malo;
la mujer te saldrá puta
y los amigos contrarios.

- Y qué pesa más ¿el ingenio, el humor o la mala leche?
Desde luego, abunda el propósito descriptivo, es decir: la referencia inequívoca a una persona determinada cuya idiosincrasia y aspecto recoge el apodo, por ejemplo: Cojo, Coixo, Bobo, Pequeño, Renco, Malo, etc. No se trata necesariamente de hacer daño, sino de que el apodo recoja la realidad de la criatura a la que se le asigna: llamar "vivales" a quien es obviamente bobo carecería de sentido. Por otro lado no es frecuente que el apodo aluda a una virtud o condición admirable de la persona, sino que lo corriente es que se fije en un defecto propio o atribuido a la familia, aunque ésta fuera de alta alcurnia, caso del apodo "De la Cerda", referido a la familia nobiliaria medieval que ostentaba en la espalda un mechón de pelo parecido al pelaje del cochino. Si el apodo es ingenioso se propagará con más facilidad que si es desmañado, sobre todo cuando tiene visos de ser apropiado a la persona que se le atribuye. Dice la copla popular con apoyatura histórica:
 
En Adrada de Pirón,
en cada casa un ladrón:
menos en la del alcalde,
que son el hijo y el padre.
 
- Hemos detectado que hay quiénes se sienten muy orgullosos de sus "apodos" y otros que no nos han querido explicar su origen. ¿Es más común los que "presumen" o los que "huyen" de su "sobrenombre"?
No es cuestión de aceptarlo, o no: el apodo como el mote es ya una seña de identidad de la criatura que ha de sobrellevarlo, unas veces con pena, y otras con gloria. El pueblo decide que a fulano le llamen "el renco", y renco se quedará, aunque el renco lo hubiere sido su abuelo. De hecho, renco o cojo, como tuerto o malaje, son apodos frecuentes en Castilla y Andalucía. Se ha dado el caso de llamar "malhecho" a gente que está muy lejos de ser un adefesio. Pero manda la memoria colectiva, manda la historia: por un perro que mató, mataperros lo llamaron, y quedaron mataperros los hijos, los nietos y los hermanos. A cierto panadero burgalés que metió un gato en el horno porque el felino se había comido su cena, lo tildaron de "malasangre" a finales del siglo XIX: todavía sufren ese baldón sus descendientes. Otros sin embargo recibieron el mote de los "guapitos", convirtiéndose en motivo de risa cuando los herederos del apodo dieron en ser más feos que Picio. Lo que en su día cuadraba a la criatura de quien se predicó o se dijo, pasado el tiempo pierde verosimilitud y vigencia. A cierta dama de la aristocracia valenciana pusieron en el siglo XIX el sobrenombre de "la llecha" (la fea), y en efecto parece que lo era de manera muy clara?, pero no lo fue su nieta, que dada su belleza fue fallera mayor en los años 1950, con lo que ante la obviedad de que la muchacha no merecía tal apodo, todos lo tuvieron a gala: no ofende lo que no tiene visos de verdad.

 
"En los años 50, el cartero podía junto al nombre del destinatario
el mote por el que eran conocidos" 
 
 
- Otra de las situaciones que nos hemos encontrado es que la gente joven está muy orgullosa de su apodo. Sin embargo los mayores... no tanto. ¿Cree que los apodos se asumen de diferente forma dependiendo de la edad, de la generación a la que se pertenezca?
Se está perdiendo el uso de motejar a la gente, a las familias o a los pueblos. Son cosas que en la conciencia colectiva se sienten como asunto de otro tiempo. Todavía en los años 50 del pasado siglo el cartero repartía el correo en los pueblos pequeños poniendo al lado del nombre del destinatario de los envíos, junto al nombre de la persona, el mote por el que eran conocidos; la gente estaba mucho más familiarizada con motes que con apellidos. Sin esta prevención se daban casos de devolución de cartas por desconocerse al destinatario, según el jefe de correos local. Otras veces bastaba con poner algún detalle propio del destinatario para que la carta llegara sin problemas. Cuenta Ramón del Valle-Inclán, cuyo odio al premio Nóbel José Echegaray era conocido, lo siguiente: "Los carteros de Madrid son inteligentes; yo tengo un amigo que vive en la calle de Echegaray y he puesto en el sobre: "Calle del Viejo Idiota número dieciséis, y ha llegado".

- Cuando pedimos a los seguidores del Camino del Cid que nos dijeran cómo les llamaban en el pueblo, muchos nos contestaban de inmediato. Sin embargo al preguntarles por qué, nos decían abiertamente que desconocían el motivo?
No debe sorprendernos. Hay que tener en cuenta que los apodos son a menudo coincidentes, se repiten de unos pueblos a otros porque en el fondo aluden a circunstancias comunes si se trata de defectos físicos, oficios, lugares de procedencia, o incluso etnias; por ejemplo, y sólo en la provincia de Guadalajara, motejan de judíos a los naturales de Uceda, Alovera, Balconete, Cifuentes, Mondéjar, Motos, Taracena, Torija, La Torre. Este mismo mote sirve para referirse a los vecinos de más de cien pueblos españoles. En el caso de que la persona en cuestión no esté contento con el mote que le tocó, la tendencia es a tomárselo a guasa. Dice la copla:

En el cielo hay un librito
donde escriben los amores:
donde pondrán nuestros nombres:
Currita con su Currito.

- Estamos metidos de lleno en la fase de votaciones para elegir el mejor apodo del Camino del Cid. Entre las propuestas que planteamos ¿por cuál apostaría Pancracio Celdrán?
Que a los naturales de Cantavieja, en Teruel, los motejen de "oncenos" siempre me intrigó, y desde luego despista a cualquiera. Pero todo queda claro cuando uno sabe que la fama de ignorantes que arrastraron en siglos pasados, sin duda injusta, les valió el achaque de "once burros". Tiene que ver con la calamitosa ocupación del pueblo por los carlistas, que lo asolaron todo valiéndose de la complicidad de una docena de vecinos traidores. Es asimismo sorprendente el achaque dado a los de Tórtola de Henares, en Guadalajara: "Los de la boca ancha", acaso por la fama de habladores de sus aborígenes, por no decir de bocazas o "bocaanchas" o quizás por la tradición de sujetar en la boca los materiales necesarios para hacer sus trabajos de esparto.