Al Sur del Duero
29-11-2016Textos y fotografías: Gontzal Largo.
Al Sur del Duero / Gontzal Largo
De El Burgo de Osma a Atienza. De una Castilla a la otra.
El Duero, Vecinos Paseantes, Ermitas a las que robaron el Alma y Páramos hostiles.
Calle Mayor en El Burgo de OsmaLos hoteles de El Burgo de Osma estaban llenos por la celebración de las fiestas de agosto de la Virgen del Espino y de San Roque. Conseguí una habitación, la última, en uno cuyas ventanas daban a la calle Mayor. El pueblo vivía los días más agitados del año y la plaza Mayor se había convertido en una inmensa sala de conciertos para acoger el bolo de la orquesta móvil de turno. A pesar del ruido, conseguí dormir (siempre lo logro) sin problema. Amanecí pronto y cuando me asomé a la ventana, los claros se abrían paso entre las nubes. El rótulo luminoso de El Burgo de Osma que casi podía tocar desde mi ventana todavía seguía encendido.
Calle Acosta. El Burgo de OsmaCuando la vida discurre a un ritmo menor del habitual, ni calles, ni edificios, ni rótulos comerciales sufren el canibalismo del paso del tiempo. En el acceso a El Burgo de Osma por el sur a través de la SO-920, aparece el local comercial, ya cerrado, de Repuestos Ramón, con un precioso trabajo de alicatado.
Harinada típica de El BurgoTal vez por vivir (y por haber vivido siempre) en una ciudad. Tal vez por recordar las panaderías tradicionales del pueblo en el que pasaba los veranos. Tal vez por pertenecer a una generación de niños que se criaron en el alba de la era de la bollería industrial, un estímulo para recorrer la España rural son los hornos tradicionales de pan. Lugares que, todavía, siguen encendiendo las bombillas del negocio de madrugada para, al amanecer, tener listo el repertorio de barras y bollos. Los harinados son uno de los dulces más populares de El Burgo de Osma y no difieren demasiado de la tradicional torta dulce de aceite. Embolsada es un alimento ideal para viajar en bici: basta encontrar una cafetería en cualquier rincón de Soria para pedir un café con leche y llenarlo de barquitos de harinada.
Manzanas de la plantación de La RasaA apenas 5 kilómetros al sur de El Burgo de Osma se encuentra la mayor plantación de manzanos de toda España, donde se cultiva el 15% de lo que se produce en el país. Las dimensiones de las instalaciones de La Rasa han dejado una gran huella en la llanura del Duero, convirtiendo este rincón del campo soriano en un desierto pálido. A consecuencia de la fina malla que protege los manzanos del pedrisco, desde la altura (desde la cercana fortaleza de Gormaz, por ejemplo), la plantación semeja un pantano. La carretera SO-V-1601 pasa junto a este bosque artificial. Es fácil encontrar, junto a la cuneta de la carretera, frutos en el suelo desprendidos prematuramente.
Antigua cancha de baloncesto de La RasaLa Rasa es un hijo de aquel progreso del siglo XIX, un pueblo nacido artificialmente para dar servicio a la estación de tren del ferrocarril Ariza-Valladolid. Muerta la línea férrea, La Rasa conserva la mayor parte de edificios relacionados con esta actividad –abandonados y en ruinas- junto a las viviendas de aquellas personas que se establecieron en el lugar y alguna urbanización de construcción reciente. La Rasa no desfallece por la falta de habitantes sino que el pueblo (ahora dependiente de El Burgo de Osma) goza de una calma privilegiada. Aún así, en La Rasa no hay suficiente juventud para insuflar vida a las antiguas canchas de baloncesto, hoy comidas por la maleza.
Estación abandonada de La RasaEn España hay casi tantas líneas de tren en desuso como en funcionamiento. El auge de las carreteras o la obsolescencia han originado un sinfín de vías muertas, estaciones abandonadas y, en el mejor de los casos, vías verdes para caminantes y ciclistas. El ferrocarril Valladolid-Ariza, inaugurado en 1895, entra en las dos primeras categorías. La línea fue cerrada definitivamente en 1995 dejando tras de sí un reguero de raíles enzarzados y construcciones al borde de la ruina. La estación de La Rasa es un hermoso edificio de dos plantas y tejado a dos aguas en torno al cual giraba el complejo ferroviario. En su interior apenas quedan restos del mundo de los trenes y sí muchos enseres personales de las colonias juveniles que acogió hace dos décadas. En varias de las habitaciones, las golondrinas han instalado sus nidos.
Carretera de acceso a Navapalos y atalayaNavapalos no es un pueblo deshabitado más de una Soria que desfallece. Murió en los años 60 por efecto de la despoblación cuando todavía palpitaba algo de vida: los últimos vecinos hubieron de marcharse cuando la compañía eléctrica concluyó que no era rentable llevar energía hasta allí. Paradójicamente esta Soria, esta España renqueante está situada a cuatro pasos de una Soria rabiosamente viva y rebelde, la de las extensísimas plantaciones de La Rasa. En este caso, el Duero es la delgada línea que separa la vida de la muerte. Ya no se acondiciona la carreterita que une Navapalos al mundo. Junto a ésta, parcheada y acosada por la vegetación, se levanta una atalaya islámica que lleva diez siglos oteando la frontera del Duero.
Navapalos, habitado por cuatro personasEl Cantar de Mio Cid lo cita enérgicamente -“Junto a Navapalos el Duero va a pasar”- como si el río hubiera sido construido a los pies del pueblo y no al revés. Veinte años después de quedar deshabitado, en la década de los años ochenta, Navapalos volvió a registrar actividad humana. Primero un habitante. Luego, dos. Luego volvió a quedar sólo uno. Y así ha llegado hasta nuestros días que –lo anuncia un cartel en el acceso al pueblo- es habitado por cuatro personas. Han conformado una asociación para revivir Navapalos, recuperar la cultura rural en vías de extinción y, en definitiva, explorar si es posible esta forma de vida en el siglo XXI.
Ignacio, de Vildé, en su paseo matutinoIgnacio camina a diario desde su casa en Vildé hasta el alto de la carretera SO-P-4288 en dirección oeste. Camina por la izquierda de la calzada aunque no es raro que invada el centro porque, efectivamente, por ahí apenas discurren coches. Ignacio está jubilado, tiene una hija que vive en París y ha pasado toda su vida en el pueblo, trabajando en el campo, cultivando secano pero también remolacha. “Aquellos que no sabían conducir un tractor no tenían otra salida: al monte con el rebaño”. Antes de despedirnos, Ignacio me recomienda un sendero que llega hasta los cañones del río Caracena y desde donde se puede apreciar el (modesto) pantano de Vildé.
Ermita de San Miguel de GormazSan Miguel de Gormaz está a los pies del castillo más extenso de Europa. A sus pies pero también bajo su sombra. Por ello, seguro, pasa desapercibida. Su arquitectura románica no es especialmente brillante: los maestros canteros que la construyeron no complicaron sus formas, por lo que hay que tener fe en ella y acceder al interior donde, sí, la ermita no decepciona. Quienes entran lo hacen por sus frescos, pintados por las mismas manos que intervinieron en San Baudelio (esos ojos son inconfundibles) y ocultos durante siglos por un estucado. Y son estas pinturas las que hacen sombra (como el castillo hace sombra a la propia ermita) a otras piezas como la pila bautismal tallada con forma de cruz griega, una escultura que se adelantó en ocho siglos a la visión de Eduardo Chillida.
Llanada soriana junto a GormazAllá donde hay un prado o un sembrado, antiguamente debió haber un bosque. Una vez aceptada esa pérdida (esa pérdida ecológica), sólo cabe disfrutar aquellos lugares que han sido domados y alterados por la mano humana. Porque los campos de Castilla son una creación artificial que ilustra los estados de ánimo de las estaciones, desde la esperanza verde en el invierno a la muerte amarilla en el verano. No es raro que este fenómeno y las geometrías que dibujan los campos de cebada, trigo y centeno con los girasoles (más tardíos, en agosto aún conservan el tallo verde) acaricien la sensibilidad de los paisajistas y de los poetas. Por eso, cualquier colina, cualquier paréntesis vertical en la Soria llana y seca, se convierte en una sala de cine que proyecta un plano secuencia. Inimitable. Relajante.
Obrador de Berlanga de DueroCreo que fue en un libro de Avelino Hernández donde leí que las panaderías de Berlanga de Duero tenían fama de ser las mejores de Soria. O puede que fueran las mejores de toda Castilla, nunca se sabe cuán lejos pueden llegar estas afirmaciones. De un edificio próximo a la colegiata del pueblo asomaba una larga cola de personas que esperaban, pacientemente, a comprar el pan. Aunque en el pueblo había dos o tres panaderías más –todas muy frecuentadas, algunas con guardias civiles de servicio comprando-, no conozco mejor forma de acertar con el horno adecuado que elegir la fila de personas más larga. Cerca de la puerta, la espera se amenizaba con una ventana abierta que aireaba el obrador de la tienda. A través de ésta se veía al artesano dar forma, paciente y mecánicamente, a dos docenas de tortas de chicharrones.
Frescos de la ermita de San BaudelioLo raro no es que se llevaran (que lo hicieron legalmente, que pagaron por ellos, que tienen factura que lo demuestra) los frescos. Lo raro es que dejaran algo. Nada ni nadie te prepara para lo que vas a ver en la ermita de San Baudelio porque ahí dentro es difícil encontrar respuestas y sí muchas preguntas. Y será raro que alguien pueda contestarlas. ¿Para qué se construyó un bosque de columnas, una mezquitilla, en una estancia tan pequeña? ¿Qué fin tenía la cámara situada en el arranque de los arcos de la columna principal? ¿Cómo vivía, qué sentía el eremita de la cueva? ¿Se inspiró Picasso en sus frescos a la hora de definir las pautas de su cubismo?
Tímpano de San Miguel, CaltojarAllá donde hay una iglesia o una ermita románica habrá, con seguridad, una sorpresa. La iglesia de San Miguel de Caltojar la tiene en el tímpano del pórtico, en el lugar en el que se abrazan dos arcos de medio punto sin un parteluz que los sostenga. Se trata de una figura guerrera de San Miguel Arcángel, de factura un tanto tosca, con unas alas que semejan chorros de agua y una pose tan rígida que parece que el santo en vez de sostener una espada pide, tímidamente, turno para hablar. Nadie oculta que el relieve no es la mejor muestra de arte medieval –aunque la iglesia sí es un excelente ejemplo de románico rural que abraza la nueva moda gótica- y es ahí donde radica su atractivo: en imaginarse a artesanos ordinarios tratando de hacer obras extraordinarias en honor a un santo que machacaba al demonio con su espada.
Plaza Mayor de RelloLa bicicleta BH California fue, durante los años 80, el sueño aspiracional de todo niño. En una época en la que las ciudades españolas, no importaba cuál fuera su tamaño, se mostraban increíblemente hostiles hacia las bicicletas, los pueblos y el verano eran los únicos oasis en los que un crío podía pedalear con libertad y seguridad. En Rello el tiempo no sólo se ha detenido para los monumentos o para su famoso rollo jurisdiccional de hierro, único en España (qué paradoja ver jugar a los niños en el lugar en el que se encadenaba a los delincuentes). En Rello, en los pueblos, la bicicleta sigue siendo el juguete comodín por excelencia (que transporta, que divierte, que enseña…) y el termómetro para medir la ética rural: no hay ciudad en la que pueda dejarse una bicicleta sin candar a la intemperie.
Iglesia de la Anunciación, RelloDe Rello llama la atención lo desapercibido que pasa el pueblo. Nunca figura en listas de pueblos pintorescos de España (y lo es, muchísimo), raro es el reportaje de Soria en el que se hable de él. Tal es su invisibilidad que ni siquiera los carteles en las carreteras indican cómo llegar, por lo que son los propios vecinos los que escriben con pintura el nombre de Rello sobre el asfalto, como ocurre en la rotonda próxima a La Riba de Escalote. Rello es un pueblo fortificado auténtico, encerrado en sí mismo, incómodo, de calles asombrosamente estrechas (si aparcas la bici, no pasa un coche), con viviendas que parecen un fortín, sin un mirador obvio que permita gozarlo desde el exterior, con mucha piedra y poco aire.
Páramos de BarahonaDesde La Riba del Escalote parte la carretera SO-152 hacia el sur, hacia Atienza. El asfalto recorre una paramera pelada, los altos de Barahona, un paisaje hostil y melancólico que conecta con la cara más ruda de Castilla. La recta de asfalto parece interminable, el terruño apenas está salpicado por arbustos de brezo que se levantan unos centímetros del suelo y la presencia constante del viento convierte la travesía en bici en un trámite muy poco agradable. Aun así, el lugar es bello. Por inhóspito, por olvidado, por ser un paréntesis que nadie ha querido (o no ha podido) rellenar con cultivos de secano.
Chopera del río EscaloteEs hermoso imaginar una realidad alternativa en la que los chopos no pertenecieran al paisaje soriano, sino que hubieran sido plantados por Machado, Bécquer y algún amigo más para contribuir a la poética de la provincia. En esa realidad los poetas habrían venido en fines de semana y vacaciones, y con las camisas remangadas y un pañuelo en la cabeza, habrían plantado retoños del árbol en ríos y regatos de Soria para embellecer la tierra a la que luego cantarían. Cien años después de aquella fantasía, las choperas son notas verticales en el pentagrama horizontal de Soria, la coma perfecta en el monótono párrafo del campo de secano. Habrá endemismos más puros, pero no árboles mejor casados con la estética soriana. Pasado Barcones, el río Escalote baja deshidratado pero aún tiene humedad para regalar a la chopera.
Castillo de AtienzaLa primera impresión que produce Atienza cuando se llega desde el sur es violenta. Porque el castillo no parece un castillo, sino que se funde con la peña creando una gran roca tallada, una escultura demasiado inmensa como para haber sido trabajada por la mano humana. Un navío de piedra navegando por las tierras de frontera de Guadalajara. La segunda impresión, nada más pasar el camino que conduce a la fortaleza, es bien distinta: gracias a los cipreses que crecen junto a la ermita de San Bartolomé, Atienza parece la Toscana.
Amanecer sobre los campos de AtienzaEn Atienza pregunté por un albergue de acogida que el Ayuntamiento pone a disposición de peregrinos y cicloturistas. Me habló de él un caminante que había conocido días antes en Quintanarraya, Burgos. Los vecinos me remitieron al alcalde, me dieron su teléfono y arreglé directamente con él mi ‘alojamiento’. El albergue se ubica en las viviendas de los antiguos maestros del pueblo, unas instalaciones muy modestas que sólo conocen el mantenimiento de aquellos que pernoctan en ellas (y no todos las mantienen con mimo). La situación, en el centro del pueblo, y las vistas sobre los campos dorados de Guadalajara compensan cualquier incomodidad.