LEYENDAS Y TRADICIONES EN LA PROVINCIA DE ALICANTE

 

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Petrer: La Sierra del Cid

Cuenta la leyenda que el Cid, a su paso por la provincia de Alicante, hizo una pequeña parada para descansar en lo alto de la Sierra del Cid. Distraído, fue emboscado por una partida mora por la espalda. Acorralado junto a un precipicio, viéndose en clara desventaja y percatándose de que era imposible vencer la batalla, cargó contra los emboscados al grito de "¡Santiago Apóstol, socórreme!". El eco multiplicaba la llamada. Apenas iniciado el ataque un caballo blanco montado por Santiago cogió las riendas de Babieca que saltó con una fuerza sobrehumana hasta la cima de la Sierra del Caballo. Al caer dejó impresas las huellas de sus herraduras sobre una roca en lo que aún hoy se conoce como “La Patà del Cavall”. Si quieres saber el lugar exacto en el que se encuentra, pincha aquí.

Petrer, AlicantePetrer, Alicante

 

Otras leyendas y tradiciones fuera del Camino del Cid

Benidoleig: La Cueva de las Calaveras

Cuenta la leyenda que un rey moro, temeroso del Cid, se escondió en una cueva junto a su harén de 150 mujeres y las joyas de éstas. Encerrados en la cueva, o bien se quitaron la vida o bien murieron por el desprendimiento de alguna de las galerías. Al descubrirse la gruta se encontraron 150 calaveras formando un círculo y otras dos en una barca de un lago interior, lo que dio pie al relato.

Polop: El anciano y Zuleima

Derrotados los vecinos por los hombres del Cid, este se dispuso a descansar en una cueva cercana, mientras su ejército celebraba la victoria. Antes de conciliar el sueño, irrumpió en la gruta un anciano, apelando a la bondad del Cid, para salvar a su hija Zuleima, quien había presenciado la muerte de Ben-Hussam, con quien iba a casarse al día siguiente, y el brutal apaleamiento a su madre,  que hirió a un soldado cristiano para liberarla de su deshora. El anciano estaba dispuesto a devolver la honra a su hija arrodillándose ante el Cid. Este no lo permitió y le pidió ir al encuentro de la joven. Esta se encontraba escondida entre unos matorrales, con una daga clavada en el vientre por ella misma para evitar que la capturasen con vida. Según la tradición, las lágrimas comenzaron a caer sobre el rostro del Cid al observar la escena. Furioso, ordenó la retirada de sus hombres.
 

Rev. PAB: 26.12.19